Esta serie de esculturas surge de la observación de la demolición de un gran edificio de la STASI al otro lado de la ventana de mi estudio en Berlín. 

El material, que había sido espacio histórico y ahora convertido en montañas de escombros revueltos. A lo largo de los meses han sido diseccionados y colocados igualmente en acumulaciones de naturalezas similares; metales, maderas, cementos, tierras. Pensando y sintiendo su emotividad, empecé a preguntarme qué contenían de mí mismo, de la realidad que ya no existía, ¿o sí? Caminar por aquellas montañas se convirtió en rutina. Observarlas. Empecé a recoger y almacenar algunos de los tubos, líneas perforadas que ahora se entretejían en el aire de mi estudio. Estaban ahí, como una nube de polvo en suspensión.

Empecé a trabajar desde el espacio, desde donde podía examinar estos restos de una forma inusual, donde se revelaban extraños. Como ocurre en los sueños.

A través de estos restos, como describe Sloterdijk, -uno ve de un vistazo lo que es: su carácter, su estado de ánimo, su historia, su esencia, su futuro, todo ello encarnado en un jeroglífico corporal perfectamente descifrable ante nuestros ojos; ...porque constituye la quintaesencia de todo lo que uno significa y traiciona de sí mismo. (...) Una mirada en el espejo (...) entonces uno se reconoce: las arrugas, las grietas, las capas, las huellas-.

En la reorganización y a través de una práctica relacional o de reubicación, se produce un proceso involuntario de rima. Entiendo todos los restos que son la matriz de estas esculturas como algo 'cósmico' que es una forma específica de generar poemas de nuestro tiempo presente, estos objetos, como sílabas, se articulan a través de un proceso relacional formando nuevas palabras, un nuevo lenguaje, el suyo, que aprendo e intuyo y balbuceo.

Núria Fuster